¿Una solución comunista al cálculo económico? (II)

Ago 14 • Mutualismo • 4801 Views • No hay comentarios en ¿Una solución comunista al cálculo económico? (II)

 

Ardegas ha respondido en su blog a mi réplica de Robin Cox, con lo que continuamos con el debate sobre el cálculo económico en el comunismo libertario.

 

Respecto a que Cox se refiere al “mercado” actual y no al genuino mercado libre que propugnamos los mutualistas, Mises y Hayek podían responder exactamente lo mismo en relación a los reproches de aquel. De todos modos, si Cox quiere desmontar el modelo teórico austriaco del mercado, que parte del supuesto de que no existen barreras arbitrarias a la competencia, debe demostrar que en ese contexto existen tales fallas; de lo contrario, está refutando un muñeco de paja.

 

 

En cuanto a este punto, es cierto que nosotros no podemos garantizar al cien por cien la desaparición de la pobreza; en realidad, no podemos garantizar ni un solo punto de nuestro sistema, de la misma forma que ni siquiera el estatismo actual puede garantizar su continuidad dentro de 24 horas.  Ahora bien, ¿es probable que funcione la anarquía de mercado? Y, ¿es probable que dentro de 24 horas continúe el Estado? Eso es lo que podemos discutir.

 

Mises pretendió demostrar que el socialismo, según los planes de los socialistas de su época –esto es lo importante-, era imposible. Es imposible prever que algún día pueda idearse un sistema que lo haga viable.

 

 

Ahora vayamos al grano.

El problema de ciertas externalidades, como la contaminación que producen los coches, creo que podría resolverse penalizando su producción, en lugar de ir pidiendo indemnizaciones individuales al sinnúmero de propietarios de vehículos. La tasa que debería aplicarse en cada caso deberán juzgarla los expertos y los tribunales de arbitraje ad hoc, en cualquier caso, suponemos que tienen incentivos para hacerlo bien.

 

 

Sobre el ejemplo de los individuos que truecan sus mercancías, comentas:

 

“La «valoración mutua» de la que hablas, solo queda clara en un ejemplo sencillo como este, ya que en una organización económica compleja, en la que las personas no se conocen entre sí, no se puede decir que los ingresos estén determinados por «valoraciones mutuas». Estos precios e ingresos están influidos por muchas variables, entre las que entran en cuenta hechos que no tienen que ver con la «capacidad productiva» de las personas, como sus conexiones personales, el encontrarse con ventajas monopólicas, la capacidad de negociación, herencias, o la simple suerte que se tenga.”

 

Si con “solo queda clara en un ejemplo sencillo” quieres decir que es más evidente en este ejemplo que en la vida real, lo admito. Pero eso no le resta ni un ápice de verdad, aunque haya medio de cambio y una red de complejas relaciones mercantiles de por medio.

Ahora, tienes razón en que herencias, suerte, etc. pueden jugar un papel importante en la capacidad adquisitiva a nivel individual pero, ¿tiene relevancia a nivel de una sociedad? Y lo más importante, ¿extirpar ese mal supone más perjuicio para la sociedad que mantenerlo? Esa es la verdadera pregunta que debemos hacernos.

 

Tienes razón en que en ocasiones es difícil medir la productividad marginal de cada individuo, sobretodo en las grandes corporaciones que dominan el panorama económico actual –tengo pensado tratar ese tema en el blog próximamente.

 

 

Después apuntas sobre el sistema bancario:

 

 

“Por lo tanto, aunque se argumente que el sistema de libre acceso tenga problemas de cálculo económico, no se puede negar que la eliminación del sistema bancario y financiero liberaría una gran cantidad de recursos. Esta es una ventaja importante del comunismo libertario. Hay quienes estiman que los recursos liberados serían de la mitad de los utilizados en la economía actual.”

 

Solo tiene sentido discutir este punto suponiendo, como dije antes, que en el sistema anarcocomunista los “recursos liberados” compensen los “recursos derrochados”, por tanto, pasemos al tema central…

 

 

 

Robin Cox nos dice:

 

 

Asumamos que, por cualquier motivo, la tasa de rotación de existencias se incrementa rápidamente en digamos 2000 latas por mes. Esto requerirá entregas más frecuentes o, alternativamente, entregas más grandes. Posiblemente la capacidad del punto de distribución no sea lo suficientemente grande para acomodar la cantidad extra de latas requeridas, en cuyo caso se optará por entregas más frecuentes. Se podría también aumentar su capacidad de almacenaje, pero esto talvez tome algo más de tiempo. En cualquier caso, esta información será comunicada a los proveedores. Estos proveedores, a su vez, pueden necesitar más hojalata (lámina de acero cubierta de estaño), para hacer más latas, o más judías, para ser procesadas, y esta información puede similarmente ser comunicada en la forma de nuevas órdenes a los suplidores de esos artículos que se encuentran más abajo en la cadena de producción. Y así por el estilo. Todo el proceso es, en gran parte, automático – o auto-regulado – siendo conducido por las señales de información dispersa de los productores y consumidores sobre la oferta y la demanda para bienes, y, como tal, está muy alejada de la burda caricatura de una economía de planificación centralizada.

 

 

La comunicación puede pasar, como supone Cox, perfectamente de un actor de la producción a otro hasta que llegamos a los extractores de estaño, con el que se fabrica el envase de las judías. En este punto, debemos hacernos la pregunta que Cox ha estado evadiendo durante todo el párrafo; ¿en qué proporciones ha de asignarse el estaño para sus respectivas demandas? ¿qué porcentaje del cobre disponible debe utilizarse en la producción de latas de judías y qué porcentaje a todos los demás productos manufacturados que se fabrican con él?

 

Ante este contratiempo Cox  menciona un recurso llamado “el colchón de existencias”, que es un porcentaje de los bienes en cuestión que se almacena para evitar que el aumento repentino de la demanda produzca una escasez. Pero en realidad, este tampoco supera el costo de oportunidad, como Cox supone, sino que él mismo necesita, a su vez, una evaluación de los costos de oportunidad para saber qué cantidad de recursos deben destinarse al “colchón” y, a pesar de todo, solo conseguiría retrasar la disyuntiva de a dónde asignar los recursos hasta el momento en que el colchón se consuma.

 

En este punto cabrá preguntarse: necesitamos más tierra, trabajo y capital para satisfacer la mayor demanda de estaño (podemos obviar la naturaleza escasa del estaño), ¿de qué actividades desviaremos esa tierra, ese capital y ese trabajo que necesitamos? En este punto solo se puede apelar a la intensidad de la demanda de los consumidores del resto de bienes, y hacer una comparación muy precisa –tal y como hacen los precios- entre ellos para retirar la tierra, el trabajo y el capital necesarios para nuestra actividad –y que deben ser compatibles con ella- de la producción de bienes de escasa valoración.

 

El problema del comunismo está, pues, en que le es imposible comparar todos bienes necesarios a los consumidores de una manera tan precisa como se requiere. Para este propósito no serviría la “tasa de rotación de existencias” puesto que esta compara magnitudes diferentes entre sí: no nos dice nada en relación a la intensidad de la demanda que la “tasa de rotación” diaria de zapatos sea de 100 y la de calcetines sea de 200, puesto que a pesar de la mayor tasa de los calcetines, los consumidores podrían preferir renunciar a estos antes que a los zapatos.

 

En cuanto a la ley del mínimo, Cox nos dice:

 

 

Cuando un factor en particular es limitado en relación a las múltiples demandas que recaen sobre él, la única manera en que puede ser «ineficientemente asignado» (aunque esto en última instancia es un juicio de valor) es escogiendo «incorrectamente» a cual uso final particular debe de ser asignado (un punto que consideraremos en breve). Fuera de eso, no se puede usar mal o asignar mal un recurso si simplemente no está disponible para ser mal asignado (esto es, cuando hay un inadecuado o inexistente colchón de existencias en el estante, por decirlo así). Por necesidad uno se ve obligado a buscar una alternativa más abundante o substituto (lo que sería el comportamiento sensato en esta circunstancia).

 

Pero no indica con qué criterio se busca la alternativa más abundante o el sustituto.

 

 

Al terminar la explicación práctica de la Ley del Mínimo, continúa:

 

Nótese también que reconoce y pone en operación el concepto de costos de oportunidad con que el ACE está ostensiblemente preocupado. Así, si deseamos desviar 4 unidades de N fuera de la producción de Y a la producción de cualquier otro bien – llamémoslo Z – entonces sabremos muy bien lo que hemos perdido al haber cortado los suministros de N necesarios para producir Y. Las 2 unidades de N con las que quedamos después de que las otras 4 han sido desviadas a Z solo serán suficientes para la producción de 1 unidad de Y. Mientras que antes podríamos haber producido 2 unidades de Y donde M era el factor limitante, desviando 4 unidades de N a Z significaría, en efecto, que N reemplazaría a M como el factor limitante al producir, y que el costo de oportunidad de desviar 4 unidades de N a Z nos daría la pérdida de una unidad de Y.

 

Pero realmente vuelve a escapar la cuestión esencial: de qué forma “pone en operación el costo de oportunidad”. Es verdad que mediante “la ley del mínimo” puede fácilmente determinarse qué se pierde al desviar un determinado factor de producción o insumo a producir otro bien, pero no nos indica de ninguna forma en qué proporciones debe desviarse.

 

 

En conclusión, la ley del mínimo tampoco soluciona nuestro problema porque el factor más escaso, que es el que según esta teoría debería ahorrarse, es imposible de reconocer sin saber antes la intensidad de la demanda de los consumidores, ya que esta no es un valor absoluto, sino una relación entre las existencias y la intensidad con que se requiere el bien. Un factor escaso es un factor muy demandado en relación con su oferta.

 

Por último, la jerarquía de las necesidades no ayuda en esta cuestión porque existen infinidad de bienes considerados “primarios”, “secundarios”, “terciarios”, etc., lo que nos impide compararlos entre sí. Para resolver esta cuestión, el comunismo necesitaría que cada uno de sus componentes elaborase una jerarquía valorando las decenas de miles de bienes que se producen en la sociedad en una escala que, para ser útil, debería abarcar al menos 10.000 cifras y tener en cuenta las peculiaridades de los factores de producción concretos que en ocasiones hacen imposible que determinada porción de trabajo, tierra o capital se transfiera de un sector a otro.

 

Y aun si esto fuera posible –lo cual es muy dudoso-, la centralización y el procesamiento de las precisas y exhaustivas encuestas de los consumidores haría perder al “socialismo descentralizado” la ventaja que posee con respecto al “socialismo centralizado”; la flexibilidad.

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