El Estado contra la igualdad

Feb 2 • Mutualismo • 6404 Views • 7 comentarios en El Estado contra la igualdad

libertad-igualdad-cooperacion

Por una parte, los liberales vulgares tienden a considerar las pronunciadas desigualdades de rentas como un producto natural del mercado, apelando cínicamente a la caridad voluntaria. Por la otra, los izquierdistas, en parte a causa del error de sus adversarios, tienden a reclamar más Estado y menos mercado para tapar las brechas que, consideran, ha creado el segundo.

El argumento de Ardegas en favor de la igualdad me parece convincente: si el mercado es una democracia en la que cada dólar es un voto, la igualdad de rentas es el contexto ideal en el que las preferencias de los consumidores se transmitirán con mayor precisión. Un vagabundo no genera demanda, a pesar de que sus necesidades son probablemente más apremiantes que las de un rico empresario. Además, como dijo un amante de la libertad, donde no hay grandes fortunas no hay lugar para la tiranía.

Los liberales suelen considerar liberticida toda aspiración de igualdad, pero no es cierto que esta solo pueda conseguirse por métodos totalitarios; de hecho, la liberación de privilegios y subvenciones proporciona una base excelente.

De lo contrario, si los socialdemócratas estuvieran en lo cierto, toda persona de buen fondo se vería obligada a admitir que la cooperación voluntaria es socialmente perniciosa, y debería ser sustituida por la cooperación forzada del Estado. Es decir, deberíamos renunciar a la libertad por la igualdad.

Una pequeña introducción a la naturaleza del mercado puede convencernos de que tanto los liberales como los izquierdistas están equivocados: la competencia tiende a reducir los beneficios y elevar los salarios. Tan sencillo como eso. Cuanto más libre es la competencia, entran más competidores al mercado, y cuanto más competidores hay, mayor es, por un lado, la presión de los precios y beneficios hacia abajo, ya que los consumidores tienen una oferta mayor entre la que elegir; y mayor es la presión de los salarios hacia arriba, pues el aumento de los competidores equilibra la balanza en favor de los obreros, que tienen más oportunidades de empleo. La libertad de mercado, por lo tanto, debería traducirse en una constante reducción de beneficios, una constante reducción de precios y en un constante aumento de salarios, hasta el punto en que los beneficios fueran muy pequeños y los salarios correspondiesen prácticamente al producto completo del trabajo.

Pero, como la realidad se ocupa de constatar, existen algunos impedimentos para que este proceso se desarrolle completamente.
En muchas ocasiones, los gobiernos se encargan de exigir licencias para la apertura de empresas (especialmente la banca), de forma que la oferta de trabajo es siempre superior a la demanda, y los capitalistas hacen grandes beneficios con la diferencia. Los aranceles y otras medidas como las patentes tienden también a proteger a las empresas de la competencia, garantizando artificialmente sus beneficios a costa de los consumidores (que en gran parte son los mismos trabajadores). Por ejemplo, las farmacéuticas cosechan beneficios extraordinarios a costa de la salud de los más pobres gracias al monopolio de las patentes.

Por su parte, los impuestos indirectos y la inflación tienden a perjudicar a los más pobres; la primera medida porque grava el consumo, y conforme disminuye la renta aumenta el porcentaje que se dedica al consumo, y la segunda porque suelen ser las personas con un menor nivel de renta quienes reciben en último lugar el dinero inflado, padeciendo previamente la subida de precios sin el aumento consecuente de numerario.

La fortuna de los grandes, en cambio, se multiplica gracias a las exenciones fiscales a la depreciación del capital, las guerras o a las subvenciones al transporte, que tienden a inflar artificialmente el tamaño de las empresas y a aumentar los beneficios a expensas de las “reglas” del mercado.

Como corolario, en un libre mercado las empresas serían más pequeñas –y probablemente propiedad de sus trabajadores- lo que se traduce también en una mayor igualdad de rentas. Si tenemos en cuenta que dentro de una corporación los directivos senior pueden cobrar hasta 500 veces más que los empleados más precarios de esa misma empresa, la reducción en el tamaño de la empresa, la reducción en los beneficios o una eventual compra de la misma por parte de los trabajadores gracias a la liberación del mercado son avances muy sustanciales.

Es cierto que, mientras la economía y el comercio tengan lugar en el tiempo y en el espacio, existirán fluctuaciones de precios y, con ellas, la posibilidad de amasar pequeñas fortunas. Pero se trata de una grieta insignificante; taparla por la fuerza sería una cuestión más de envidia que de humanitarismo.

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7 Responses to El Estado contra la igualdad

  1. The Langlois dice:

    Un saludo desde Río Negro. Me gustaron mucho los últimos artículos que publicaron, los felicito.

    Sobre el tema de cómo la intervención distorsiona el mercado y perjudica a los trabajadores y a los pequeños empresarios, justamente estoy actualmente en un pequeño pueblo cerca de Bariloche en donde puedo citar otros ejemplos que me tocaron de cerca. Por ejemplo, los servicios de remisería (similares a los taxis) están tan regulados por el municipio que mi cuñado lleva más de un mes haciendo trámites, pidiendo y pagando permisos para poder empezar su negocio personal, y eso que piensa comenzar el año que viene y el suegro es secretario municipal (y es sabido que está en condiciones de hacer favores a sus cercanos). Las trabas más absurdas como para que los nuevos competidores que quieran ingresar al mercado lo piensen dos veces. También existe una feria de artesanos muy importante y conocida, y cualquiera que quiera ingresar (sin siquiera ocupar los lugares ya reservados en el espacio público) sin el permiso de la comisión de la feria (es decir, los artesanos ya instalados) y de la municipalidad, que significan unos cientos de pesos, es desalojado por la policía. En algunos casos de la manera más violenta.

    Pensemos que este es un pueblo chico de pocos habitantes, la «micopolítica» del poder si se quiere. Imaginemos el caudal de intervención y coacción que existe a nivel «macropolítico», en los negocios de las grandes empresas y de las corporaciones, etc.

  2. Eso significa que no tiene ningún sentido buscar regular a quienes «tienen más», ya que generan un incentivo de parte de estos para buscar un proteccionismo «compensatorio»… léase corrupción del sector público.

    Esa argolla gobierno-grandes empresas sólo es fortalecida cada vez que se busca castigar a quien más tiene, a más poder el gobierno tenga más incentivo para hacerse con el poder del gobierno, de iure o de facto.

  3. wg dice:

    Bueno, ¿y cuál es el tremendo plan anarcomutualista? ¿Tomar las tierras y las fábricas y meter allí a todos los mutualistas? ¿O exigir al gobierno que tome él las tierras y fábricas y reparta entre los mutualistas?

  4. raskolhnikov dice:

    ¿Y cual es tu estrategia w.g.? ¿votar a Ron Paul? lo unico que podemos hacer los mutualistas (y creo que todos los anarquistas) es propaganda y crear autogestion y estructuras al margen del gobierno, y cuando derribemos el gobierno todo sera facil, expropiar al estado y a las corporaciones (aliadas del estado), muy facil.

    Salud

  5. Libertario dice:

    En mi opinión hay una desigualdad justa que es compatible con el anarquismo que se base en las diferencias de talento y esfuerzo de cada persona y que nos motiva para ser más eficientes. En cambio hay una desigualdad injusta derivada esencialmente del privilegio y que lleva a la ineficiencia (porque no permite un correcto cálculo económico). En mi opinión una anarquía de libre mercado puede aguantar la primera desigualdad, pero no puede aguantar grandes desigualdades; y creo que los «an»-caps suelen no ver este problema. Poder es poder, y el poder concentrado no es menos peligroso porque se haya adquirido hipotéticamente de forma voluntaria. Así que esa defensa «anarco»-conservadora de las élites naturales y apología a la desigualdad me parece contraproducente. Por eso me siento identificado por la defensa de la igualdad del anarquismo de mercado de izquierda (o el auténtico), aunque tampoco me voy a la defensa de la igualdad del anarcocomunismo (colocar lo excelente junto con lo mediocre, parafraseando a Proudhon).

  6. Libertario dice:

    Otro detalle es que el Estado distorsiona la preferencia temporal de las personas, dividiendo persistentemente a la población en una clase con alta preferencia temporal y otra con baja preferencia temporal. Los de alta preferencia temporal son los perjudicados por los intereses altos y son condenados a elegir actividades inmediatas como el trabajo asalariado.

    Pero si los privilegios son abolidos y la competencia hace descender la tasa de interés, se cierra la brecha de preferencia temporal entre ambas clases, igualándose la preferencia temporal a niveles más bajos. De este modo las personas tendrán una visión más largoplacista de sus vidas y se proyectarán a emprender, en lugar de depender de un salario. Sería una sociedad con alto sentido de responsabilidad individual y más igualitaria.

    Además, el impulso masivo de más gente emprendedora debería influir cada vez culturalmente en más personas emprendedoras. Así como hay aceptación social como normal del predominio de trabajo asalario por condiciones artificiales de sujeción salarial, el caso contrario de una sociedad con más oportunidades, baja preferencia temporal y más competitiva motivaría la autosuperación y el emprender se valoraría más socialmente.

  7. Libertario dice:

    Se me olvidó mencionar que cerrar la brecha entre ambas clases podría tomarse como la abolición de las clases y el logro de la igualdad social. 🙂

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