¿Cómo sería una economía anarcosocialista de mercado?

Jun 11 • Mutualismo • 5397 Views • No hay comentarios en ¿Cómo sería una economía anarcosocialista de mercado?

por Keith Preston [1]
traducido por William Gilmore

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Los lectores de Anti-State.com [site anarcocapitalista] me han pedido escribir un poco sobre mi propia perspectiva anarcosocialista. En particular, me piden que describa cómo podría empezar una economía anarcosocialista, cómo podría sostenerse a largo plazo, y cómo podrían comunalizarse los típicos McDonald’s o Wal-Mart’s de las ciudades. Antes de intentar contestar a estas preguntas, puede que sea útil al lector un bosquejo general del marco conceptual que utilizo, y de la teoría de economía política que suscribo.

Soy un anarcosocialista dentro de la tradición bakuninista clásica. Como Noam Chomsky, considero esta tradición como la heredera más legítima del liberalismo clásico y de su crítica al poder político, económico, militar, eclesiástico y de cualquier tipo.[1] Al menos para mí, el anarquismo bakuninista es, simplemente, el liberalismo clásico actualizado, hasta incluir una crítica del rol de las corporaciones en las modernas relaciones de poder. A diferencia de sus enemigos, los marxistas, Bakunin reconoció que el Estado es una clase social que artificialmente se ha privilegiado a sí misma, y se ha situado encima y más allá de las autoridades económicas y sociales. En sus tiempos (mediados del siglo xix, en Europa central), esa clase estaba formada, principalmente, por los señores feudales protegidos por el estado, la iglesia y la naciente burguesía industrial creada por la intervención del estado en la emergente economía de mercado.[2] El antídoto de Bakunin contra este sistema de opresión suponía la insurrección de los trabajadores y los campesinos para eliminar el estado y las clases explotadoras privilegiadas por éste, en favor de una confederación descentralizada de comunas campesinas y de colectivos de trabajadores atendiendo la tierra y la maquinaria industrial sin opresores.[3]

Lo que intento hacer es aplicar el análisis de Bakunin al mundo moderno. Un rasgo esencial del bakuninismo clásico es su crítica del socialismo de Estado. Bakunin predijo que si el socialismo de estado llegara al poder, produciría un tipo de «burocracia roja» que generaría la tiranía más sangrienta de la historia. Por desgracia esta profecía se cumplió en los infames regímenes comunistas, fascistas y nacionalsocialistas del siglo 20. Así también, Bakunin afirmó que las clases dominantes intentarían evitar su dislocación y expropiación finales a través de una revolución popular, e intentarían subyugar y pacificar a las clases obreras por medio de un estado de bienestar paternalista, cuyo propósito esencial sería obstaculizar y destruir los movimientos de la clase obrera para su autodeterminación. De ahí el surgimiento del fabianismo, el progresismo, la democracia social y los nuevos burócratas e intelectuales de la clase criticada por pensadores como George Orwell hasta James Burnham.[4] Los estados modernos han recreado una estructura bi-clasista que en muchos aspectos es como el viejo orden feudal.

De acuerdo al profesor Thomas Dye, de la Universidad de Florida, el número de verdaderos tenedores del poder en la sociedad americana es aproximadamente de siete mil personas. Esto incluye a los que están colocados en puestos superiores en el gobierno y en instituciones corporativas, educativas, culturales, legales y civiles.[5] Es esta minúscula oligarquía, siete mil personas en una nación de casi trescientos millones, la que propiamente constituye la clase dirigente en la sociedad americana, comparable a las familias reales del pasado. Directamente debajo de ellas en la estructura de clases está el apparatchik de la Nueva Clase que ha sustituido a la aristocracia feudal, a la iglesia y a la burguesía industrial en el dominio de la vida económica, cultural y educativa de la sociedad. George Orwell describió este elemento:

La nueva aristocracia está hecha en su mayor parte de burócratas, científicos, técnicos, líderes sindicales, expertos en publicidad, sociólogos, profesores, periodistas y políticos profesionales. Estas personas, cuyo origen es la clase media asalariada y los estratos superiores de la clase obrera, habían sido formadas y reunidas en el mundo estéril de la industria monopólica y el gobierno centralizado.[6]

Es para beneficio de esta clase que se da la mayor parte de la intervención del estado en la economía y la sociedad. Es esta clase la primera que se beneficia de los más extravagantes derechos, tales como seguridad social, Medicare, pensiones y subsidios agrícolas. Es esta Nueva Clase la que vive de proveer personal para los programas de ingeniería social del gobierno, enseñando en escuelas y universidades públicas, trabajando para fundaciones financiadas por el estado, y dirigiendo la burocracia de las corporaciones que dependen de subsidios y contratos del estado. Las tarifas y otras formas de proteccionismo se establecen en parte para proteger el empleo y los intereses de sindicatos conectados al estado. Las licencias profesionales crean gremios monopólicos para los profesionales de la Nueva Clase. Las regulaciones al uso del suelo y la tierra sirven para inflar el valor de las propiedades inmobiliarias de los miembros de la Nueva Clase. Estos ejemplos son sólo un pequeño botón de muestra.

El nivel más bajo de este sistema de estratificación artificial incluye a los trabajadores ordinarios y no calificados, que son los más gravados por el impuesto al ingreso personal, a la nómina, al consumo y por otros impuestos, y cuyo trabajo se devalúa por la intervención de estado, personas paradas por aquellas acciones del estado que constriñen la oferta de empleo, personas sujetas por el sistema de bienestar del estado, pobres y minorías obligadas a vivir en las reservaciones urbanas llamadas «vivienda» pública, personas sin hogar por la constricción del estado a la oferta de viviendas, pequeños empresarios y personas autoempleadas y reguladas hasta la muerte por las agencias coactivas del estado, granjeros desposeídos de sus tierras por los cárteles agrícolas y bancos financiados por el gobierno, personas inhabilitadas o enfermas por la constricción del estado a la oferta de asistencia médica, personas desposeídas de sus hogares y tierras por diversas leyes del estado, aquéllos cuyo modo de vida fue relegado al mercado «ilegal» por el estado (jugadores, buhoneros, vendedores, mendigos, vendedores de droga, prostitutas, prestamistas, contrabandistas, etc.), personas encarceladas en los gulags del estado, cárceles psiquiátricas («hospitales mentales»), cárceles educativas («escuelas públicas»), campos de concentración pseudo-militares, etcétera. Éstos y otros grupos similares constituyen el «proletariado» moderno, para utilizar un término clásico. La versión moderna de la «lucha de clases» implica el conflicto brutal (ya en curso) entre, por una parte, los que más se benefician de este sistema democrático corporativo de welfare/warfare del estado («bienestar» corporativo y de la guerra), y, por otra, los que son las víctimas del mismo.[7]

Como anarcosocialista revolucionario, intento abolir las fuerzas militares del estado, la policía, las cortes, las prisiones, las escuelas, los programas de ingeniería social, el estado de bienestar, los cárteles y leyes corporativas, las leyes anti discriminación, la propiedad pública de la tierra, el monopolio de la moneda, los subsidios a la infraestructura, las agencias reguladoras, las restricciones al comercio, las licencias, y así sucesivamente. En suma, intento abolir todo el estado en su conjunto. En este punto, los anarquistas de mercado y yo estaríamos de acuerdo. Sin embargo, intento ir un paso más allá y transformar el orden económico actual, donde el capital manda al trabajo, por otro donde el trabajo mande al capital. La pregunta importante aquí es cómo puede hacerse esto sin un aparato estatal coercitivo. En verdad, una transformación económica de este tipo debe hacerse sin coerción y sin estado. De otro modo, la centralización del capital en las manos del estado producirá un nuevo tipo de clase dirigente, tal como hemos visto en esas degeneraciones políticas llamadas la Unión Soviética, la República Popular de China, la República Democrática de Vietnam, etcétera.

He observado que muchos, si no la mayoría, de los anarquistas de mercado y de los libertarios admiten la economía dominada por las corporaciones. Para ellos, un «mercado libre» es simplemente el actual sistema… menos los impuestos, el estado de bienestar y las agencias de servicio social del gobierno. Por su parte, la mayoría de los anarcosocialistas rechazan tontamente el mercado libre, considerándolo el origen de la «explotación capitalista». Sin embargo, una auténtica economía de mercado libre proporciona el camino apropiado a la liberación de la clase obrera. La eliminación de los obstáculos estatales a la actividad económica -impuestos, regulaciones, prohibiciones, licencias, monopolio de la moneda, patentes, subsidios- conducirá naturalmente a una expansión dramática en la cantidad y variedad de negocios, de sociedades, asociaciones y empresas de, virtualmente, todo tipo. Si a los bancos mutualistas de variedad proudhoniana se les permitiera la emisión de banknotes privados, en base al rendimiento de la producción futura como garantía, el autoempleo sería algo muy factible para cualquier persona con habilidades comerciales. Un gran aumento en el número de empresas y empleadores significaría que los trabajadores tendrían una posibilidad mucho mayor para elegir entre patrones potenciales, y aumentarían grandemente las oportunidades para el autoempleo. Esto, a su vez, aumentaría radicalmente la capacidad de los trabajadores para negociar con sus empleadores. El valor del trabajo asalariado aumentaría mientras el mercado de empleados viniera a ser radicalmente más competitivo. Dada la mayor disponibilidad de crédito y capital, los trabajadores de las grandes industrias tendrían la posibilidad de exigir la autogestión cuando así lo desearan, y podrían comprar a los capitalistas y llegar a ser sus propios patrones. De ese modo, las formas predominantes de organización económica bajo un auténtico libre mercado serían industrias propiedad de, y operadas por, trabajadores, así como sociedades, cooperativas, una masa de pequeñas empresas, compañías privadas pequeñas y modestas y personas autoempleadas. Aquellas industrias que permanecieran nominalmente como propiedad de accionistas ausentes, funcionarían en gran parte sobre una base co-determinada, es decir, como sociedades entre los accionistas y los trabajadores, pero teniendo éstos últimos el dominio.[8] Así, el ideal tradicional del anarcosindicalismo, el de un sistema industrial poseído y operado por los trabajadores, se podría alcanzar, en su mayor parte, en el contexto de un mercado libre sin estado.

La eliminación de los obstáculos del estado a la vivienda, a la asistencia médica y a la producción de servicios aumentaría simultáneamente la oferta y reduciría el coste de tales bienes. A medida que decline el coste de la vida, los trabajadores podrían trabajar menos, o retirarse antes, o tener un empleo de medio tiempo. Una moneda estable frenaría la inflación, y eso aumentaría la seguridad de personas mayores y jubiladas. Los alquileres, pagos de hipotecas y deudas experimentarían una disminución considerable y la propiedad de bienes raíces llegaría a ser más accesible al trabajador medio. Una mayor accesibilidad a la tierra, resultado de la eliminación del gobierno federal y los monopolios agrícolas, así como el uso del principio del homesteading, daría lugar al renacimiento de las granjas familiares tradicionales. Así también, un menor costo de la vida reduciría la necesidad de dos sostenedores en el hogar, de tal modo que se restablecería el hogar tradicional y aumentaría el grado de atención de los padres a los niños. Tomaría muchos volúmenes el describir totalmente el efecto que la eliminación del estado tendría probablemente en la naturaleza y estructura de la economía, y el tipo de instituciones que podrían existir en un sistema anarcosocialista. Baste decir que tal sistema sería tan diferente del actual, como éste lo fue del viejo orden feudal.

Cómo llegar a eso es, obviamente, una cuestión monumental. Las reconstrucciones o alteraciones drásticas de sistemas sociales siguen normalmente a alguna crisis severa. La conversión a un orden enteramente diferente, de cualquier tipo, probablemente vendrá sólo después de que el sistema actual haya seguido su curso. Un apocalipsis social de este tipo puede no estar muy lejano. El profesor Hoppe ha advertido sobre las consecuencias probables que seguirán a los actuales estados corporativos de welfare-warfare en los países avanzados.[9] A medida que los estados modernos deban pagar más y más seguro social y deuda pública, a medida que los impuestos y la burocracia consuman más y más del producto nacional bruto, los salarios reales y la productividad declinen y continúe devaluándose la moneda, será más probable un eventual colapso económico. Estos factores, combinados con el militarismo, el imperialismo y las persistentes tensiones étnicas y culturales generadas por la estrategia de «dividir y conquistar» que utilizan los estados para controlar a la población, pueden provocar un derrumbe total del sistema, algo muy parecido a lo que experimentaron los países comunistas del Este. Qué clase de sistema político y económico emergerá después de todo ello, es, por supuesto, muy difícil de predecir.

Al igual que Confucio, Maquiavelo y Hume antes que él, y al igual que Mises y Rothbard más tarde, Bakunin admitió que las aristocracias naturales de líderes culturales e intelectuales son las que «dan el tono» a las sociedades. Concibió la idea de los «militantes más probos» encabezarían las más grandes organizaciones populares y llevarían a cabo la reconstrucción social a través del ejemplo y la inspiración. En alguna medida, esto fue realizado por el movimiento anarquista español, de influencia bakuninista, junto con el grupo de militantes e intelectuales reunidos alrededor de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), quienes eran los líderes del mucho más grande movimiento laboral anarquista. Las Revoluciones de Terciopelo de la Europa Oriental realzaron a intelectuales como Vaclav Havel como líderes de facto de revueltas populares más amplias. Hoppe recomienda específicamente la aplicación de una versión modificada del programa de la tradición sindicalista a las economías de las naciones de Europa Oriental.[10] Harían bien si escuchan su consejo. Siguiendo una revolución similar en Occidente, de las organizaciones populares tendrían que emerger líderes comprometidos con los objetivos anarquistas.

Hay anarcosocialistas anti mercado tanto como defensores del «socialismo de libre mercado» que he esbozado arriba. Algunos prototipos del socialismo anti mercado ya existen en diversas comunidades intencionales que pueden encontrarse por aquí y por allá. Una de esas comunidades, que está cercana a mi casa, ha existido durante unos treinta años y mantiene una población estable de cien personas aproximadamente. Es posible que comunas de cien personas pudieran agruparse unas junto a otras en unidades más grandes de, digamos, diez comunas, y que luego éstas se federaran con otros diez grupos de diez comunas, y así sucesivamente, hasta crear una hermosa y gran federación anarcocomunista de decenas de miles de personas. Sin embargo, a más y más grandes sean sus actividades, más y más requerirán un mercado explícito para la determinación de precios y la asignación productiva de los recursos. Me he encontrado con algunos anarcocomunistas que piensan que es posible un sistema comunista global que incluya una forma central de planificación que no implique un estado, pero, desde mi punto de vista, mientras menos se hable de tales ideas, mejor.[11]

La sustentabilidad de una economía anarcosocialista dependerá mucho del sistema natural de revisiones y balances que resultará de la alteración dramática del mercado de trabajo que seguirá a la abolición del estado. Nuevas revisiones y balances podrían suponer la creación de acciones no negociables de las industrias propiedad de trabajadores, así como la definición de los derechos de propiedad en base al usufructuo (posesión basada en el uso y ocupación) más que en los principios lockeanos, como una forma de impedir el control centralizado de los recursos. En este punto habrá, probablemente, mucho desacuerdo entre anarcosocialistas y anarquistas de mercado. Creo que ambos pueden coexistir. Algunas comunidades podrán elegir el reconocer los derechos de propiedad del ausente, mientras que otras no. El resultado final podría ser una división geográfica similar a las que hay en los actuales estados norteamericanos, donde las leyes locales en relación a la pena capital, los casinos de juego, la regulación del alcohol, etc, difieren de lugar a lugar. Otras cuestiones donde los anarquistas y libertarios discrepan frecuentemente -aborto, derechos animales, ecología, derechos de los niños- podrían ser tratados de la misma manera. Por último, es bien sabido que la supervivencia de cualquier sistema social depende mucho de, primero, el consenso de la élite cultural e intelectual, y, segundo, de la opinión popular. Con el tiempo, las costumbres, tradiciones y hábitos pueden desarrollarse de modo tal que mantuvieran el sistema anarquista mediante sanciones difusas y la presión social. Como Jefferson dijo, «la vigilancia eterna es el precio de la libertad».

Sobre la pregunta concreta de cómo Wal-Mart o McDonald podrían ser comunalizadas, soy escéptico y no sé si las tiendas de menudeo en gran escala o las cadenas de comida rápida que nos son familiares podrían existir en un mercado libre genuino. El éxito de estas cadenas proviene de su capacidad de doblegar a sus competidores locales con precios bajos. Pero sus precios bajos son posibles solamente debido a los masivos subsidios estatales al transporte por tierra o mar, a la infraestructura, aviación, etc. Si esas corporaciones tuvieran que pagar sus propios costes en estas áreas, pudieran no ser capaces de competir contra las alternativas locales.[12] Quitando ese detalle, me parece que estas industrias podrían «comunalizarse» mediante la compra por parte de los empleados o a través de una huelga general de los trabajadores para la autogestión. También podrían realizar esa compra las federaciones de comunidades o asociaciones ambientales, de consumidores u otros tipos de organizaciones populares. Saul Alinsky vislumbraba un sistema industrial donde grandes grupos de pequeños accionistas se reúnen en estadios para determinar la política de las corporaciones. Si esto sería factible o no, no estoy seguro. Pero es una idea interesante.

Por último, permítaseme decir que considero a los anarquistas de mercado y a otros libertarios como aliados confiables y valiosos en la lucha más amplia contra el estado. Considero esta lucha como la primera prioridad. Creo que hay mucho lugar para que diversas creencias e instituciones económicas coexistan, así como pueden coexistir una pluralidad de culturas, religiones y grupos étnicos. Me simpatiza cualquiera que se oponga sinceramente a lo que Nock describió como «nuestro enemigo, el estado». Para usar un slogan que algunos considerarían un oxímoron, «Anarquistas, ¡uníos!».

Notas

  1. ? Noam Chomsky, Secrets, Lies and Democracy
  2. ? Kevin A. Carson, «The Iron Fist Behind the Invisible Hand»
  3. ? Incidentalmente, Bakunin creía que la estructura federalista de los Confederate States of America era el prototipo para una federación anarquista descentralizada, un hecho que, si lo conocieran, haría callar a la mayoría de los anarco-izquierdistoides políticamente correctos del día de hoy.
  4. ? Kevin A. Carson, «Liberalism and Social Control: The New Class’ Will to Power»
  5. ? Charley Reese, 6/10/02 columna.
  6. ? Citado en «Liberalism and Social Control», por Carson
  7. ? He discutido algunas de estas cosas en otros ensayos. Ver «Conservatism is Not Enough», «Anarchism or Anarcho-Social Democracy» y «Reply to Brian Oliver Sheppard’s ‘Anarchism Vs. Right-Wing Anti-Statism» en: www.attackthesystem.com/commentary.html
  8. ? «Iron Fist», por Carson. Ver mi rescensión de Carson, «Capitalism Versus Free Enteprise»
  9. ? Hans Hermann Hoppe, «Democracy: The God That Failed». Ver mi rescensión de Hoppe en: www.anti-state.com/preston/preston2.html o www.attackthesystem.com/hoppe.html.
  10. ? «Democracy», por Hoppe.
  11. ? Para un ejemplo de esto, ver «The Northeastern Anarchist: Magazine of the North Eastern Federation of Anarchist-Communists», Spring/Summer 2002.
  12. ? «Iron Fist», por Carson.

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