La teoría del valor de Kevin Carson (II)
B. Economía política vulgar, marginalismo, y la aplicación de la motivación ideológica
Dado que la economía política de Ricardo se presentaba como tierra fértil para conclusiones socialistas, fue naturalmente vista como problemática por los apologistas del sistema capitalista industrial recién surgido. Marx hizo una distinción fundamental, en este aspecto, entre los economistas políticos clásicos y los “economistas vulgares” que vinieron después de ellos. Smith, James Mill y Ricardo habían desarrollado su economía política científica sin el temor de sus implicaciones revolucionarias, porque el capital industrial estaba todavía desvalido en una progresiva lucha revolucionaria contra la renta de los propietarios feudales y los monopolistas. Pero aquella situación llegó a su fin con la adquisición de los capitalistas del poder político.
En Francia e Inglaterra la burguesía había conquistado el poder [en “la crisis decisiva” en el año 1830]. Desde entonces, la lucha de clases, tanto práctica como teóricamente, tomó formas cada vez más abiertas y amenazantes. Esto tocó el otero de la ciencia económica burguesa. Desde entonces no se preguntaba si este teorema era verdadero o no, sino si era útil o dañino al capital, oportuno o inoportuno, políticamente peligroso o no. En lugar de inquisidores desinteresados, aparecieron luchadores alquilados; en lugar de una investigación científica genuina, privó la mala conciencia y la mala intención de los apologistas.
Maurice Dobb, de la misma manera, comenta la transición de la economía política de un papel revolucionario a uno apologético:
Como una crítica nivelada simultáneamente contra el autoritarismo de un Estado autocrático y contra los privilegios y la influencia de la aristocracia hacendada, la economía política en su inicio jugó un papel revolucionario… Sólo más tarde, en su fase post-ricardiana, hizo este paso del asalto del privilegio y la restricción a la apología de la propiedad.
Aunque esta ruptura no fuera quizás tan fundamental como los marxistas lo han planteado, hay pruebas de que al menos algunos economistas políticos a partir de los años 1830, estaban concientes del aspecto político del problema. Según Maurice Dobb, los “economistas políticos vulgares” fueron deliberadamente motivados por consideraciones apologéticas; como una alternativa a la escuela clásica establecida de Inglaterra, ellos dieron una vuelta continental con la escuela subjetivista, que había sido influenciada por la interpretación de Say de Adam Smith.
Estando contra todo esto [ricardiano], el acercamiento de la escuela del Sr. Longfield reaccionó tan fuerte – no simplemente como un elemento analítico no pertinente… sino contra sus más altos usos y corolarios. Al reaccionar de este modo, era casi inevitable que fueran llevados uno tras otro (y tarde o temprano se unieran) a rivalizar con la tradición que proviene de Smith. Si ellos correctamente eran descritos como absolutamente “improvisados” o “conciliadores”, tal término realmente debería ser aplicado a su papel en el desarrollo de esta tradición smithiana y no el acercamiento ricardiano.
Entre la primera generación de marginalistas, Jevons al menos estaba bastante conciente de la dimensión política de su proyecto anti-ricardiano. Para citar a Dobb nuevamente, “… aunque Menger, se podría decir, ha representado la ruptura con la tradición clásica aún más clara y completamente, Jevons estaba al parecer más conciente del papel que él jugaba en las nuevas maniobras del ‘coche de la economía política’, que Ricardo tan perversamente había dirigido ‘en un sendero incorrecto’.”
Dobb considera esto diciendo que el refinamiento marginalista del subjetivismo había sido producido simultáneamente por tres escritores diferentes, una década antes de la publicación de El Capital. Esto indica una atmósfera predominante de combate ideológico, y una vacante para polemistas anti-marxianos que esperaba llenarse.
Es, al menos, un hecho notable que diez años antes de la publicación del primer volumen del Kapital, no sólo tenía rival en el principio de utilidad articulado por separado por cierto número de escritores, el nuevo principio encontraba una receptividad a su aceptación como muy pocas ideas de novedad similar alguna vez puedo haberse encontrado. Solo por el efecto de la negación, la influencia de Marx sobre la teoría económica del siglo XIX pareciera haber sido mucho más profunda de lo que se acostumbra admitir…
Tanto que los economistas del último cuarto de siglo hayan anunciado sus producciones como una novedad tan histórica y que hayan inclinado sus lanzas de manera tan amenazante sobre sus antepasados, parecía tener una obvia explicación: a saber, el empleo peligroso de las nociones ricardianas recientemente tomadas por Marx.
Y de la segunda generación de austriacos, Böhm-Bawerk parecía bastante conciente, en la opinión de Dobb, de la naturaleza ideológica de la tarea previa a él.
Parece claro que Böhm-Bawerk por lo menos apreció el problema que la teoría clásica había procurado solucionar. Mientras él se ahorraba, casi tacañamente, el rendir homenaje aún para formular la segunda cuestión con exactitud, hay idicios de que él enmarcó su teoría directamente para proporcionar respuestas sustitutas a las preguntas que Marx había planteado.
Si tales conjeturas sobre los motivos políticos de los revolucionarios marginalistas parecen “poco gratas”, o injustas, vale la pena tener en cuenta que el mismo Böhm-Bawerk indicaba las motivaciones ideológicas de sus precursores, en la lengua muy evocadora de Marx, los “economistas vulgares”. Incluso además de blandir su hacha contra Marx, Böhm-Bawerk parece haber sido motivado por un deseo de demostrar la originalidad de sus propias opiniones a cargo de la defensa anterior del interés, como contra Nassau Senior.
La teoría de la abstinencia de Senior ha obtenido gran popularidad entre aquellos economistas dispuestos a favorecer el interés. Me parece, sin embargo, que esta popularidad ha estado prevista, no tanto en su superioridad como teoría, sino que vino justo a tiempo para apoyar el interés contra los ataques severos que se habían hecho en su contra. Ilustración de esta interferencia de circunstancia peculiar es que la enorme mayoría de sus posteriores defensores no profesan exclusivamente, sólo añaden elementos de la teoría de la abstinencia de un modo ecléctico a otras teorías favorables del interés.
Ya que Böhm-Bawerk no estaba sobre tal crítica de sus propios precursores, no tenemos ninguna obligación de ahorrarle un tratamiento similar en un exceso de caballerosidad.
Es notable, al menos, cómo la atmósfera cultural de la principal corriente liberal clásica cambiaba a partir de principios del siglo XIX. De un asalto revolucionario sobre el poder firmemente enraizado de la aristocracia hacendada y los monopolios, antes de finales del siglo XIX esta se había hecho una apología de las instituciones e intereses que se asemejaban lo más estrechamente posible, en poder y privilegio, a la clase dirigente del Viejo Régimen: las grandes corporaciones y la plutocracia.
El cambio hacia la reacción no era en ningún caso uniforme, pese a todo. El carácter revolucionario y anti-privilegio temprano del movimiento fue continuado en muchos hilos del liberalismo. Thomas Hodgskin, directamente de la tradición clásica liberal y también mucho más orientado al mercado que los socialistas ricardianos, criticó el poder capitalista industrial en la lengua evocadora del ataque de Adam Smith sobre los propietarios y mercantilistas – y sobre muchos de sus mismos principios.
La escuela americana del anarquismo individualista, de la misma manera, giró las armas del análisis del libre mercado contra los apoyos estatistas del privilegio capitalista. Incluso el discípulo de Hodgskin, Spencer, por lo general considerado como un estereotípico apologista del capitalismo, de vez en cuando mostró tales tendencias. Henry George y su seguidor Albert Nock, de la misma manera, giraron el liberalismo clásico hacia objetivos radicalmente populares. Nuestra propia versión del socialismo de libre mercado, dispuesto en este libro, viene de estos herederos de la doctrina armada del liberalismo clásico.
Por lo menos, independientemente de sus motivaciones políticas, los marginalistas desempeñaron un papel necesario. Su crítica detallada de la economía política clásica advirtió muchas áreas con necesidad de clarificación, o de una base filosófica más explícita. Y la crítica marginalista, sobretodo la de Böhm-Bawerk, ha producido innovaciones sinceramente valiosas que cualquier teoría laboral viable debe incorporar. Una crítica tal (Böhm-Bawerk crítica la teoría laboral por su carencia de un mecanismo adecuado), y una innovación (la teoría de la preferencia temporal austriaca) serán integradas, en los capítulos siguientes, a una adaptada teoría laboral del valor.
Related Posts
« El mutualismo: única vía hacia la autogestión El Estado al rescate de la macrocorporación »