Iron Fist (II): el puño de hierro detrás de la mano invisible
Con un pequeño retraso, ahí va la segunda entrega del Iron Fist; su capítulo más largo.
La subvención de la historia
Por consiguiente, la mayor subvención al moderno capitalismo corporativo es la subvención de la historia, a través de la cual el capital se acumuló primeramente en unas pocas manos, y los trabajadores fueron privados del acceso a los medios de producción y forzados a venderse a sí mismos en los términos del comprador. El actual sistema de propiedad de capital concentrada y organización corporativa a gran escala es el directo beneficiario de la estructura original del poder y de la propiedad, que se perpetuó a sí misma a lo largo de los siglos.
Para que surgiera el capitalismo tal y como lo conocemos, fue esencial primero de todo separar el trabajo de la propiedad. Los marxistas y otros economistas radicales comúnmente se refieren al proceso como la “acumulación primitiva”.
“Lo que el sistema capitalista demandaba era…una condición degradada y casi servil de las masas del pueblo, la transformación de las mismas en mercenarias, y de su medio de trabajo en capital”. Eso significó la expropiación de la tierra, “a la cual el campesinado tenía los mismos derechos feudales que el propio señor”. [Marx, “Capítulo 27: La expropiación”, El Capital vol. I]
Para captar la enormidad del proceso, tenemos que entender que los derechos nobiliarios sobre la tierra bajo la economía feudal eran completamente una ficción legal feudal derivada de la conquista. Los campesinos que cultivaban la tierra en la Inglaterra de 1650 eran descendientes de aquellos que la habían ocupado desde tiempo inmemorial. Desde cualquier patrón de moralidad, era su propiedad en todos los sentidos de la palabra. Las armas de Guillermo el Conquistador, sin otro derecho que la fuerza, forzó a aquellos campesinos propietarios a pagar renta de su propia tierra.
J. L y Barbara Hammond consideraban la aldea del siglo XVI y el sistema de campos abiertos como una pervivencia de la sociedad de campesinos libres de tiempos de los anglosajones, con la superposición del feudalismo. La alta burguesía vio los derechos pervivientes de los campesinos como un estorbo para el progreso y la eficiencia de la agricultura; una revolución en su propio poder era una forma de quebrar la resistencia campesina. De ahí que la comunidad agrícola fuera “tomada a piezas…y reconstruida del modo en que un dictador reconstruye un gobierno libre”. [The Village Labourer 27-28, 35-36]
Cuando los Tudor dieron a la nobleza las tierras monásticas expropiadas, esta “expulsó en masa a los subarrendatarios hereditarios e hizo de su propiedad una”. [Marx, “The Expropiation”]. Esta tierra robada, alrededor de la mitad de la tierra arable de Inglaterra, fue la primera expropiación a gran escala del campesinado.
Otro gran robo de la tierra del campesinado fue la ley de “reforma” de la tierra por el Parlamento de la Restauración del siglo XVII. La aristocracia abolió las tenencias feudales y convirtió su propio patrimonio de tierras, hasta entonces “solo un título feudal”, en “derechos de propiedad privada modernos”. En el proceso, abolieron los derechos de tenencia de los copyholders. Los copyholders eran arrendatarios de jure bajo la ley feudal, pero una vez pagaban una insigificante renta fijada por la costumbre, las tierras eran suyas para venderlas o legarlas. En sustancia la tenencia de los copyholders fue el equivalente feudal de la tenencia libre, pero desde que derivó de la costumbre era ejecutable solo en los tribunales feudales. Bajo la “reforma”, los campesinos en copyhold se convirtieron en arrendatarios a voluntad, que podían ser desalojados o cargados con cualquier renta que su señor tuviese a bien [Marx, “The Expropriation…”]
Otra forma de expropiación, que comenzó en la baja Edad Media y creció dramáticamente en el siglo XVIII, era el cercamiento de los comunales –en los que, nuevamente, los campesinos comunalmente tenían un derecho de propiedad tan absoluto como cualquiera de los defendidos por los abogados actuales de los “derechos de propiedad”. Sin contar con los cercamientos anteriores a 1700, los Hammonds estimaron los cercamientos totales en los siglos XVIII y XIX en un sexto o un quinto de la tierra arable de Inglaterra [Village Labourer 42.]. E. J. Hobsbawm y George Rude estimaban los cercamientos únicamente entre 1750 y 1850 como transformaciones de “algo así como una cuarta parte de la superficie cultivada en campo abierto, tierras comunales, prado o basura al ámbito privado…” [Captain Swing 27].
La clase dominante veía el derecho de los campesinos a los comunales como una fuente de independencia económica del capitalista y el terrateniente, y por ende una amenaza a ser destruida. Los cercamientos eliminaron “un peligroso centro de indisciplina” y compelieron a los trabajadores a vender su trabajo bajo las condiciones de sus patronos. Arthur Young, un caballero de Lincolnshire, describía los comunales como “unos criaderos de ‘bárbaros’, cuidando encima de una raza malvada de gente.”
“Todo el mundo excepto los idiotas sabe”, escribía, “que las clases bajas tienen que ser mantenidas pobres, o nunca serán industriosas”. La Revista Comercial y Agrícola advertía en 1800 de que dejando que el trabajador “poseyera más tierra de la que su familia puede cultivar por las tardes” significaba que “el terrateniente no podía depender más de él para trabajo constante”. [Thompson, The Making of the English Working Class, 219-220, 358]. Sir Richard Price comentaba sobre la transformación de los propietarios autosuficientes en “un cuerpo de hombres que ganasen su subsistencia trabajando para otros”. Habría “quizás, más trabajo, porque habría más necesidad de él”. [Marx, ‘The Expropriation…”].
Marx citaba las “actas de cercamiento” parlamentarias como una evidencia de que los comunales, lejos de ser la “propiedad privada de los grandes terratenientes que habían ocupado el lugar de los señores feudales”, actualmente requerían “un golpe de estado parlamentario…para su transformación en propiedad privada”. [“The Expropriation…”]. El proceso de acumulación primitiva, en toda su brutalidad, fue resumido por el mismo autor:
estos nuevos hombres libres [los antiguos siervos] se convirtieron en vendedores de sí mismos solo después de habérseles privado de todos sus propios medios de producción, y de todas las garantías de existencia permitidas por todas las antiguas disposiciones feudales. Y la historia de esto, de su expropiación, está escrita en los anales de la humanidad en letras de sangre y fuego. [“Chapter 26: The Secret of Primitive Accumulation”, Capital Vol. 1].
Incluso entonces, la clase obrera no estaba lo suficientemente debilitada. El Estado tuvo que regular el movimiento de los trabajadores, hacer cumplir los intercambios de trabajo en beneficio de los capitalistas, y mantener el orden. El sistema de regulación de parroquias del movimiento de la gente, bajo las leyes de pobres y vagabundeo, recuerdan al sistema de pasaportes internos de Sudáfrica, o la era de reconstrucción de los Códigos de Negros. “Tuvo el mismo efecto en el trabajador agrícola inglés”, escribía Marx, “que el edicto del tártaro Boris Godunov en el campesinado ruso”. [“The Expropriation…”] Adam Smith aventuraba que “era escaso el hombre pobre de cuarenta años en Inglaterra…que en algún momento de su vida no se hubiera sentido cruelmente oprimido por esa mala ley artificial de asentamientos”. [Wealth of Nations 61].
El Estado mantenía la disciplina de trabajo evitando que los trabajadores votasen con los pies. Era difícil persuadir a las autoridades de parroquia para que garantizasen a un hombre un certificado autorizándole para moverse a otra parroquia para buscar trabajo. Los trabajadores eran forzados a quedarse quietos y negociar por el empleo en el mercado del comprador [Smith 60-61].
A primera vista esto podría parecer un inconveniente para las parroquias con escasez de trabajo [Smith 60]. Las fábricas se construían en fuentes de energía hidráulica, generalmente extraídas de centrs de población. Se necesitaba importar miles de obreros desde muy lejos. Pero el Estado lo solucionó convirtiéndose en un intermediario de las parroquias con escasez de trabajadores con el barato excedente de trabajo de algún otro sitio, privando a los trabajadores de la facultad de negociar en mejores términos. Surgió un considerable comercio de niños trabajadores que no estaban en posición de negociar en ningún caso [The Hammods, The Town Labourer 1: 146].
El auxilio “rara vez se otorgaba sin que la parroquia reclamase el derecho exclusivo de disponer, a su placer, de todos los hijos de la persona que recibe el auxilio”, en palabras del Comité on Parish Apprentices, 1815 [the Hammonds, Town Labourer 1:44, 147]. Incluso cuando los inspectores de la Ley de Pobres apoyaron la emigración hacia las parroquias con escasez de trabajadores, desalentaban a los hombres adultos y “se daba preferencia a viudas con familias numerosas de niños o artesanos…con familias numerosas”. Además, la disponibilidad de mano de obra barata desde los inspectores de la ley de pobres fue usado deliberadamente para reducir los salarios; los terratenientes liberarían a sus propios braceros y en cambio solicitarían ayuda a los supervisores [Thompson 223-224].
A pesar de que las Combination Laws teóricamente se aplicaban a los patrones tanto como a los obreros, en la práctica estas no forzaban a los últimos [Smith 61; the Hammonds, Town Labourer 1: 74]. “A Journeyman Cotton Spinner” –un panfleto citado por E. P. Thomspon [pp. 199-202]- describía “una abominable coalición existente entre los patronos”, en la que los trabajadores que habían abandonado a sus patronos a causa de desacuerdos sobre los salarios eran de hecho tachados en sus listas negras. Las Combination Laws requerían sospechas para responder interrogatorios bajo juramento, dando potestad a los magistrados para dar juicio de sumario, y permitía la confiscación de sumario de los ahorros acumulados para ayudar a las familias de los huelguistas [Town Labourer 123-127]. Y las leyes que fijaban el salario máximo equivalían a un sistema forzado por el Estado de coalición de los patronos. Como apuntaba Adam Smith, “cada vez que el legislador intenta regular los conflictos entre patronos y obreros, consulta siempre a los patronos”. [p. 61].
El modo de vida de la clase obrera bajo el sistema de fábrica, con sus nuevas formas de control social, supuso una ruptura radical con el pasado. Implicó una pérdida drástica de control sobre su propio trabajo. El calendario de trabajo del siglo XVII estaba todavía fuertemente influido por la costumbre medieval. A pesar de que había largos días entre la siembra y la recolección de la cosecha, la combinación de los periodos intermitentes de poco trabajo y la proliferación de días santificados reducían el tiempo de trabajo medio por debajo del nuestro. Y el ritmo de trabajo estaba generalmente determinado por el sol o los ritmos biológicos de los trabajadores, que se levantaban tras un decente sueño nocturno, y se acostaba para descansar cuando lo necesitaba. El aldeano que tenía acceso a la tierra comunal, incluso cuando quería un ingreso extra a través del salario, podía aceptar trabajos ocasionalmente y luego volver a trabajar para sí mismo. Este era un grado inaceptable de independencia desde un punto de vista capitalista.
“En el mundo moderno mucha gente tiene que adaptarse a algún tipo de disciplina, y observar los horarios del resto de personas,…o trabajar bajo las órdenes de otros, pero hemos de recordar que la población que fue arrojada al brutal ritmo de la fábrica se ganaba la vida en relativa libertad, y que la disciplina de las primeras fábricas fue particularmente salvaje…Ningún economista de la época, estimando los beneficios y los costes del empleo industrial, tuvo alguna vez en cuenta la tensión y la violencia que sufría un hombre en su interior cuando pasaba de una vida en la que podía fumar o comer, o cavar o dormir como gustara, a una en la que alguien se apoderaba de él, y durante catorce horas no tenía derecho ni a silbar. Fue como entrar en la vida sin aire ni risas de la prisión” [the Hammonds, Town Labourer 1:33-34].
El sistema de fábrica podría no haberse impuesto a los trabajadores sin primero haber eliminado sus alternativas, y denegado por la fuerza el acceso a cualquier fuente de independencia económica. Ningún hombre entero, con sentido de la libertad y la dignidad, se habría sometido a la disciplina de fábrica. Stephen Marglin comparaba la fábrica textil del siglo XIX, que empleaba niños precarios comprados en el mercado de esclavos de las “workhouses”, con los hornos y alfarerías romanos que eran manejados por esclavos. En Roma, la producción industrial era excepcional en manufacturas dominadas por hombres libres. El sistema industrial, a lo largo de la historia, ha sido posible solo con una fuerza de trabajo privada de cualquier alternativa viable.
“Los hechos a la vista…sugieren con fuerza que si el trabajo se organizó por fábricas en tiempos de los romanos, esto vino determinado no por consideraciones tecnológicas, sino por el poder relativo de las dos clases productivas. Los hombres libres y los ciudadanos tenían suficiente poder para mantener una organización gremial. Los eslavos no tenían poder –y acabaron en las fábricas.” [“What Do Bosses Do?”].
El problema con el viejo sistema que estaba siendo excluido, en el que los trabajadores de las aldeas producían tejidos en una base contractual, era que solo eliminaba el control del trabajador sobre el producto. El sistema de fábrica, eliminando el control del trabajador sobre el proceso de producción, tenía la ventaja de la disciplina y la supervisión, con los trabajadores organizados bajo un supervisor.
“El origen y el éxito de la fábrica radica no en la superioridad tecnológica, sino en la sustitución del control por parte del trabajador por el del capitalista en el proceso de producción y la cantidad de lo producido, en el cambio de las elecciones del trabajador, desde cuánto trabajar y producir en base a sus preferencias de ocio y bienes, a otro en el que o trabajaba o no lo hacía, lo que por supuesto es mucho más que una elección.”
Marglin cogió el clásico ejemplo de Adam Smith de la división del trabajo en la fabricación de alfileres, y le dio la vuelta. La mayor eficiencia resultaba, no de la división del trabajo como tal, sino de la división y secuenciación del proceso en tareas separadas para reducir los tiempos. Esto podría haberlo realizado un solo trabajador de la aldea separando las distintas tareas y realizándolas por secuencias (refinando el alambre para un paso completo de producción, enderezándolo luego y cortándolo después).
“sin especialización, el capitalista no tenía ningún papel esencial que jugar en el proceso de producción. Si cada productor podía integrar por sí mismo las tareas componentes de una fábrica de alfileres en un producto comercializable, descubriría pronto que no tendría que tratar con el mercado de alfileres a través de un intermediario. Podría vender directamente y apropiarse del beneficio que el capitalista derivaba de la mediación entre el productor y el mercado.”
Este principio está en el centro de la historia de la tecnología industrial de los últimos doscientos años. Incluso dada la necesidad en las fábricas de alguna forma de fabricación a gran escala e intensiva en capital, se trata normalmente de una elección entre tecnologías de producción alternativas dentro de la fábrica. La industria ha elegido deliberadamente tecnologías que des-cualifican a los obreros y mueven la toma de decisiones hacia la jerarquía gerencial. En una fecha tan lejana como 1835, el Dr. Andrew Ure (el padrino ideológico del taylorismo y el fordismo), argumentaba que cuanto más cualificados fuese el trabajador “más terco y…menos adecuado a un sistema mecánico” se convertía. La solución pasaba por eliminar procesos que requiriesen “peculiar destreza y habilidad manual…del astuto trabajador” y reemplazarlos por un “mecanismo, en gran parte autorregulado, que incluso un niño pudiera controlar”. [Philosophy of Manufactures, in Thompson 360]. Y el principio fue seguido a lo largo del siglo XIX. William Lazonick, David Montgomery, David Noble, y Catherine Stone han producido un excelente cuerpo de trabajos sobre este tema. Incluso a pesar de que los experimentos corporativos en autogestión obrera incrementan la moral y la productividad, y reducen los tiempos muertos y el absentismo más allá de lo que esperaban los ejecutivos, estos experimentos son usualmente abandonados por miedo a perder el control.
Christopher Lasch, en su prólogo al America by Design de Noble, caracterizaba de este modo el proceso de des-cualificación:
“Los capitalistas, habiendo expropiado la propiedad del trabajador, gradualmente expropiaron también su conocimiento técnico, dominando ellos la producción…
La expropiación del conocimiento técnico del trabajador tuvo como consecuencia lógica el crecimiento de la gerencia moderna, en la que vino a concentrarse el conocimiento técnico. En la medida en que el movimiento de la gestión científica separó la producción en sus procedimientos componentes, reduciendo al trabajador a un apéndice de la máquina, tuvo lugar una gran expansión del personal técnico y de supervisión para supervisar el proceso productivo como un todo”. [pp. XI-XII].
La expropiación del campesinado y la imposición del sistema de trabajo de fábrica no se llevó a cabo sin resistencia; los trabajadores conocían exactamente lo que se les estaba haciendo y lo que habían perdido. Durante los 1790, cuando se expandió la retórica de los jacobinos y de Tom Paine entre la clase obrera radicalizada, los gobernantes de la “cuba de la libertad” vivieron con terror que el país sería barrido por una revolución. El sistema de controles estatales de policía sobre la población parecía un régimen de ocupación alien. Los Hammonds se refirieron a la correspondencia entre los magistrados del norte del país y el Ministerio de la Gobernación, en el que la ley era tratada francamente “como un instrumento no de justicia sino de represión”, y las clases obreras “aparecían…visiblemente como una población hilota”. [Town Labourer 72].
“…a la luz de los papeles del Ministerio de la Gobernación,…ninguno de los derechos personales reservados para los hombres ingleses tenía aplicación para las clases obreras. Los magistrados y sus clérigos no reconocían límite para sus poderes sobre la libertad y los movimientos del hombre trabajador. Las Vagrancy Laws parecían suplantar el capítulo entero de las libertades de los hombres de Inglaterra. Fueron usadas para encarcelar a cualquier hombre o mujer de la clase obrera que pareciese inconveniente o agitador a los magistrados. Ofrecieron la forma más fácil y rápida de proceder contra quienes intentaban recolectar dinero para las familias de trabajadores en paro, o para eliminar la literatura que los magistrados considerasen indeseable” [Ibid. 80].
Los “bobos” de Peel –la aplicación de la ley profesional- reemplazaron el sistema de partidas del sheriff porque las últimas eran inadecuadas para controlar a la creciente población de trabajadores descontentos. En la época de los ludditas y otros disturbios, los oficiales de la corona advertían que “para aplicar la Watch Act y la Ward Act utilizarían las armas contra los más descontentos”. Al final de las guerras con Francia, Pitt terminó con la práctica de acuartelar al ejército en tabernas, mezclándolo con la población común. En cambio, los distritos industriales se cubrieron con barracas, “como un puro asunto de policía”. Las áreas industriales “empezaron a parecer un país bajo ocupación militar”. [Ibid. 91-92]
El Estado policial de Pitt se complementó con vigilantes casi privados, en la tradición consagrada desde entonces por los camisas negras y las brigadas de la muerte. Por ejemplo, la “Association for the Protection of Property against Republicans and Levellers” –una asociación antijacobina de nobles e industriales- lideró búsquedas casa por casa y organizó quemas de efigies al estilo de Guy Fawkes contra Paine; la multitud de la “iglesia y el rey” aterrorizaba a los radicales sospechosos [Chapter Five, “Planning the Liberty Tree”, in Thompson].
Thompson describía este sistema de control como un “apartheid político y social”, y argumentaba que “la revolución que no sucedió en Inglaterra fue tan completamente devastadora” como la que sí sucedió en Francia [pp. 197-198].
Finalmente, el Estado contribuyó al crecimiento de las fábricas a través del mercantilismo. Los exponentes contemporáneos del “libre mercado” generalmente tratan el mercantilismo como un intento “equivocado” de promover algún tipo de interés nacional unificado, surgido de una sincera ignorancia de los principios económicos. De hecho, los arquitectos del mercantilismo sabían exactamente lo que estaban haciendo. El mercantilismo fue extremadamente eficiente en su verdadero objetivo: hacer ricos a los poderosos intereses industriales a expensas del resto. Adam Smith atacó el mercantilismo consistentemente, no como un producto del error económico, sino como un intento muy inteligente de poderosos intereses para enriquecerse a través del poder coercitivo del Estado.
La industria británica fue creada por la intervención estatal excluyendo los bienes extranjeros, dando a la flota británica un monopolio sobre el comercio extranjero, y erradicando la competencia extranjera por la fuerza. Como ejemplo de lo último, las autoridades británicas en la India destruyeron la industria textil de Bengala, fabricante de los tejidos de mayor calidad del mundo. A pesar de que no habían adoptado los métodos de producción a vapor, existía la posibilidad real de que hubieran hecho eso, si la India se hubiese mantenido política y económicamente independiente. El una vez próspero territorio de Bengala está hoy en día ocupado por Bangladesh y el área de Calcuta [Chomsky, World Orders Old and New]
Los sistemas industriales americano, alemán y japonés fueron creados por las mismas políticas mercantilistas, con aranceles masivos sobre los bienes industriales. El “libre mercado” era adoptado por las potencias industriales establecidas, que usaban el “laissez-faire” como un arma ideológica para prevenir a las potencias rivales seguir el mismo camino hacia la industrialización. El capitalismo nunca se estableció a través del libre mercado, o incluso por la primaria acción de la burguesía. Se ha establecido siempre a través de una revolución desde arriba, impuesta por una clase dominante pre-capitalista. En Inglaterra, fue la aristocracia terrateniente; en Francia, Napoleón y su burocracia; en Alemania, los junkers; en Japón, los Meiji. En América, la aproximación más cercana a la evolución burguesa “natural”, la industrialización fue promovida por la aristocracia mercantilista de los magnates del transporte y por los terratenientes [Harrington, Twilight of Capitalism].
Medievalistas románticos como Chesterton y Bellon describieron el proceso, en la alta Edad Media, por el que la servidumbre fue gradualmente debilitándose, y los campesinos se hubieron transformado en propietarios libres de facto que pagaban una pequeña renta nominal. El sistema de clase feudal se desintegró y fue reemplazado por un sistema mucho más libertario y menos explotador.
Emmanuel Wallerstein argumentaba que el resultado probable habría sido “un sistema de productores relativamente iguales y de pequeña escala, nivelados además con la aristocracia y con estructuras políticas descentralizadas”. Alrededor de 1650 se revirtió la tendencia, y hubo “un nivel de continuidad razonablemente alto entre las familias que habían estado en los altos estratos” en 1450 y 1650. El capitalismo, lejos de ser “el derrocamiento de una aristocracia atrasada por una burguesía progresista”, “fue engendrado por una aristocracia terrateniente que se transformó en burguesa porque el viejo sistema se estaba desintegrando”. [Historical Capitalism 41-42, 105-106]. Arno Mayer en parte se hizo eco de esto [The Persistente of the Old Regime], quien argumentaba a favor de la continuidad entre la aristocracia terrateniente y la clase dominante capitalista.
El proceso por el que la civilización de la alta Edad Media de campesinos propietarios, gremios de artesanos y ciudades libres fue derrocada, fue vivazmente descrito por Kropotkin [Mutual Aid 225]. Antes de la invención de la pólvora, las ciudades libres rechazaban a los ejércitos reales con mayor frecuencia que lo contrario, y ganaron su independencia de los dominios feudales. Y estas ciudades frecuentemente hacían causa común con los campesinos en su lucha por el control de la tierra. El Estado absolutista y la revolución capitalista que este impuso fueron posibles solo cuando la artillería pudo reducir las ciudades fortificadas con un alto grado de eficiencia, y el rey pudo hacer la guerra con su propia gente. Y como repercusión de esta conquista, la Europa de William Morris quedó debastada, despoblada y miserable.
Peter Tosh tenía una canción llamada “Cuatrocientos años”. A pesar de que la clase obrera blanca no ha sufrido nada como la brutalidad de la esclavitud negra, nunca han sido “cuatrocientos años” de opresión para todos nosotros bajo el sistema del capitalismo estatal establecido en el siglo XVII. Siempre desde el nacimiento de los Estados hace seis mil años, la coerción política ha permitido a una clase dominante u otra vivir a costa del trabajo del pueblo. Pero desde el siglo XVII el sistema de poder tomó conciencia, se unificó y tomó una escala global. El actual sistema de capitalismo transnacional estatal, sin rival desde el colapso del sistema burocrático de clases soviético, es una consecuencia directa de la usurpación del poder hace “cuatrocientos años”. Orwell se quedó corto. El pasado es una “bota golpeando un rostro humano”. Que el futuro sea más de lo mismo depende de lo que hagamos ahora.
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4 Responses to Iron Fist (II): el puño de hierro detrás de la mano invisible
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« ¿De izquierdas o de derechas? El economista inconformista »
El texto es una maravilla, aunque soy bastante escéptico con la visión idílica de Kropotkin, que recoge aquí Carson, de los trabajadores y ciudades libres de la Edad Media, «que solo fueron aplastados cuando intervino el Estado absolutista». Realmente, las ciudades medievales también fueron una fuente de privilegio y monopolio a la altura de los Estados centrales -p. ej. la liga hanseática, Venecia o Florencia-.
De todos modos puede ser una buena aproximación.
«Realmente, las ciudades medievales también fueron una fuente de privilegio y monopolio a la altura de los Estados centrales -p. ej. la liga hanseática, Venecia o Florencia-.»
Kroptokin explicaba eso,hablaba de que la monarquía y el comercio, y el rechazo del campo por parte de la ciudad formaban jerarquías en la ciudad, aunque si se puede hablar de una época «libre» dentro de las ciudades.
Voy a buscar los pasajes.
Saludos
Por otra parte decir que el texto es buenísimo.
Un saludo
Raskolhnikov, recuerdo que Kropotkin decía que las ciudades fueron transformándose en pequeños Estados y que, como tales, acabaron siendo engullidos por los grandes -las monarquías centrales. Pero es que ese estado inicial de «ciudades libres» desde una perspectiva libertaria es bastante dudoso: por ejemplo, las ciudades italianas ya estaban luchando entre sí y contra los musulmanes en el siglo X por expandir sus áreas de comercio o arruinar las del vecino.
Sabía que este post, con su componente campesino y medieval te gustaría. 😉